sábado, 23 de enero de 2010

Retratos (I)




A David no le gustaba mirar atrás. Vivir en el pasado le hubiera resultado demasiado sencillo, teniendo en cuenta lo que había sufrido dada su corta vida, pero su vehemente juventud lo impulsaba a creer en el futuro. Amaba cada segundo de la existencia, lo saboreaba hasta exprimir la última esencia de alegría, dolor y vida que lo componía, con la única condición de no deleitarse nunca en ello más de lo que permitía la duración del estricto presente. Resultaba encantadora la forma en que lograba que cuantos se encontraban a su alrededor percibieran la vida con la misma frescura que emanaba de su radiante sonrisa.

A decir verdad, quizás su rostro no reía en exceso, tal vez para no desgastar el brillo metálico de su sonrisa, pero su corazón, aunque él lo ignoraba por completo, era un refugio de consuelo para el que sufría. No, no necesitaba sonreír para traslucir la bondad de su ser ni ese deseo de riqueza espiritual desbordante que lo colmaba.

Sin embargo, para desconcierto de sus más íntimos allegados, en ocasiones, David parecía poner todo su empeño en ocultar la insólita y hermosa magnificencia de su naturaleza. Refugiaba su sensibilidad en las respuestas evasivas de los niños-hombre que se resisten a crecer, o de los hombres-niño que anhelan una época en que las penas se curaban con un beso en la herida. Resultaba incongruente con su apego al presente, pero tal vez era ese aspecto ilógico e incomprensible lo que lo convertía en alguien de quien resultaba inevitable no querer conocer hasta el último pensamiento. No obstante, cuanto más y más se intentaba llegar hasta él, pasada la cálida atracción que generaba su consuelo al alma abatida, más y más enloquecedora resultaba su silenciosa negativa a conseguir la clave de su intrincado ser.

No existía equilibrio entre la intimidad que lograba exponer de uno mismo, sintiéndose desnudado a cada pregunta formulada con su expresión sincera e irrevocable, y la que se conseguía llegar a atisbar de él. En ocasiones, con un falso enfado, no era difícil sentir el deseo de mostrarse firme y no dejar que volviera a desvelar los secretos ocultos, en un arrebato egoísta de asirnos a lo único que de alguna forma nos pertenecía y nos ayudaba a marcar nuestra identidad.

Pero era imposible resistirse. Es demasiado poderoso el encanto de unas palabras amigas en los momentos de debilidad. Aunque escruten hasta la última idea del pensamiento que te constituye, y sólo quede la desnudez de un ser abatido que nunca tendrá la fortaleza necesaria para dejar de necesitar consuelo.
Tuvimos que aprender a resignarnos.

David está creciendo. Continúa siendo pura bondad y demasiado misterio. Su sonrisa carece del anterior brillo metálico y ahora la derrama en abundancia. Quizás fue porque, por fin, alguien supo encontrar las palabras en el momento oportuno, todavía abierto al cambio. O porque aprendió, esperemos que no demasiado tarde, que al dejar de hacer aquellas inmersiones fugaces en la máscara de la indiferencia le hacía un favor a la vida. Y nos daba un regalo a quienes lo rodeábamos.

Ojalá exista siempre a nuestro lado. Quién no necesita que le permitan ver la realidad del propio ser y que lo consuelen con palabras sencillas y sinceras. A mi lado. Todo bondad y un tanto menos de misterio.

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