lunes, 1 de noviembre de 2010

Raíles

Los viajes en tren siempre me han resultado la frágil unión entre el pasado que nos resistimos a abandonar y el futuro (todavía) percibido como un hermoso y vehemente sueño.

El regreso del hogar que nos crió hacia la ciudad que nos ha visto nacer a la vorágine ambiciosa y competitiva del mundo adulto implica la nostalgia por las horas calladas y dulces que pasé frente al mar que en el tren se refleja en su recorrido por la costa. Si pudiera retroceder en el tiempo regresaría a uno de aquellos momentos serenos y sublimes, que ya entonces deseaba detener y convertir en inmortales, con la oculta ilusión de que el tiempo me escuchara.

Y de alguna forma, fui complacida. No congelé el instante de forma física, no lo atrapé entre mis manos para convertirlo en algo tangible y seguro, pero siempre regresa al recuerdo. Se deja atisbar en los paseos por la costa urbana y bulliciosa, se revive en la playa de mi infancia y se intuye, en el limbo entre realidad y sueño, al ojear por la ventana con la nostalgia que atrae el sonido de un tren que te aleja de lo que fuiste y te acerca a quién sabe qué destino.



"Yo, para todo viaje siempre sobre la madera de mi vagón de tercera, voy ligero de equipaje. Si es de noche, porque no acostumbro a dormir yo, y de día, por mirar los arbolitos pasar, yo nunca duermo en el tren, y, sin embargo, voy bien. ¡Este placer de alejarse! Londres, Madrid, Ponferrada, tan lindos... para marcharse. Lo molesto es la llegada. Luego, el tren, al caminar, siempre nos hace soñar; y casi, casi olvidamos el jamelgo que montamos. ¡Oh, el pollino que sabe bien el camino! ¿Dónde estamos? ¿Dónde todos nos bajamos? ¡Frente a mí va una monjita tan bonita! Tiene esa expresión serena que a la pena da una esperanza infinita. Y yo pienso: Tú eres buena; porque diste tus amores a Jesús; porque no quieres ser madre de pecadores. Mas tú eres maternal, bendita entre las mujeres, madrecita virginal. Algo en tu rostro es divino bajo tus cofias de lino. Tus mejillas esas rosas amarillas fueron rosadas, y, luego, ardió en tus entrañas fuego; y hoy, esposa de la Cruz, ya eres luz, y sólo luz... ¡Todas las mujeres bellas fueran, como tú, doncellas en un convento a encerrarse!... ¡Y la niña que yo quiero, ay, preferirá casarse con un mocito barbero! El tren camina y camina, y la máquina resuella, y tose con tos ferina. ¡Vamos en una centella!".
Antonio Machado.

1 comentario:

  1. Me gusta mucho el artículo de los raíles y el tiempo. Por cierto, ¡qué machadiano lo de "las horas calladas" y, en general, todo el artículo. Por cierto, Machado dedica un capítulo delicioso de su libro "Castilla" a su vivencia de los comienzos del ferrocarril.

    Se puede decir que la literatura moderna ha echado a andar sobre raíles. Quiero decir, que el hecho de viajar en raíles, con la rápida sucesión de lugares y paisajes que generaba, ha creado en parte el cosmopolitismo en la literatura; Y ha contribuido a ese estilo tan modernista de la sucesión de estampas, el instante congelado, alargado, la epifanía... En fin, no quiero ponerme erudito. Sólo una recomendación al respecto: Valery Larbaud, "Obra completa de A.D. Barnabooth" (Igitur, 2005).

    Enrique S. C.

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