miércoles, 9 de junio de 2010

Terapia de pareja



Asistir a una sesión de terapia de pareja como observador puede resultar una auténtica aventura para el estudiante primerizo. Es cierto, para todos aquellos que alguna vez lo relegamos al mundo de las películas policíacas, las habitaciones con ventanas espejo tras las cuales observar y estudiar a los sujetos, también existen en el mundo real.

Un grupo discreto de estudiantes de diversas disciplinas, siempre con el conocimiento y consentimiento de la pareja tratada, se sitúa tras unos cristales desde los que observar el transcurso de la terapia llevada a cabo por especialistas, mientras otros dos psicólogos tras el cristal explican a los estudiantes el significado de cada gesto y cada frase.

No obstante, más fascinante aún que las reminiscencias hollywoodianas del cuadro, lo es el tratamiento científico que adquieren temas con excesiva frecuencia denigrados a carnaza de banquetes pantagruélicos para lenguas viperinas. Los celos y las infidelidades, los dolores del alma y las frustraciones por lo que pudo ser y nunca fue, las vidas de dos personas que no han resultado ser como hubieran deseado, son tratados con la delicadeza, el respeto, la distancia y el rigor de un análisis exhaustivo y repleto de tecnicismos.

Resulta curioso. Nos consideramos únicos, creemos que tan sólo tras un prolongado intento de conocimiento de las profundidades de nuestro ser alguien puede ser capaz de comprendernos o de anticiparse a nuestras reacciones. No obstante, somos animales predecibles. Tenemos unos patrones básicos de comportamiento: una posición de ataque se ve respondida con una posición de defensa, una de diálogo, con otra de diálogo. Y la capacidad de resaltar los aspectos positivos de la otra persona conducen a la escucha y a ese posterior diálogo. Sí, muy básico, aunque quizás no tanto.

Una vez más, pude comprobar el valor de las palabras. La forma casi laberíntica en que puede llegar a determinar nuestro destino una frase mal elaborada, no reflexionada y de profundas consecuencias. Resulta abismal la diferencia entre decir “Lamento que te encuentres mal por lo que lo he hecho”, y decir “Siento lo que he hecho, y te pido perdón por ello”.

En el primer caso, no existe arrepentimiento de los actos cometidos. Es problema de la persona dolida u ofendida el sentirse así. En el segundo, se da a entender el arrepentimiento, el haber comprendido los propios errores y el dolor de la otra persona, así como el intento de subsanarlo.

Y ya no tan sólo teorizarlo, sino ver el resultado del uso de ambas fórmulas, resulta sobrecogedor. Tan sólo en el segundo supuesto la persona resentida se siente comprendida, liberada de su carga y se abre al perdón. Y tras el arrepentimiento y el perdón sincero, las posibilidades son inmensas y valiosas.

Dicen que todos los niños nacen con un pan bajo el brazo. Ahora que la sociedad está reestructurando los hábitos alimentarios y quizás algún día se culpe a ese Pan Original de alguna alergia alimenticia y un consejo de expertos a nivel mundial decida su eliminación de nuestra dieta, con toda la humildad que tan arrogante propuesta me permite, me atrevo a insinuar un trueque cualitativo para los venideros nacimientos: cambio Pan Original por Manual (elaborado a base de ensayos clínicos y no por la Dra. Corazón) sobre las Relaciones Humanas.



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"El caracter de cada hombre es el árbitro de su fortuna."
Publio Siro (siglo I a.C.), poeta latino.






2 comentarios:

  1. Hola Ruth,

    Espero que todo te vaya bien, no me canso de leer tus escritos, yo también estoy cogiendo el vicio de plasmar todas mis cavilaciones en papel.

    Cuídate mucho y ánimo con los estudios.

    I.

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  2. Hola,

    ha sido una agradable sorpresa tener noticias tuyas. Espero que también te vaya todo bien, y que logres tus objetivos. Y poder leer algo tuyo, por supuesto!

    Un saludo.

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